Moz and the City

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Saturday, July 03, 2010

Dementores Personales


El destino siempre en contra de nuestra voluntad, como lo dice el hombre que le canta a la muerte. Y es inevitable empezar a encontrar las similitudes de sus palabras con la realidad.

Nadie espera la muerte, ni los s
uicidas. Todos son llevados a… desde todos los puntos de vista. Por mi parte huyo de la muerte cada vez que puedo, pero esta diagnosticada personalidad melancólica se interpone en mi vía de escape como una torre protegida por fantasmas armados de malos recuerdos, que al sólo mirarte te hacen recordar los peores momentos, cual dementor atacando al niño que vivió. Pero me hago la fuerte y pienso en las cosas positivas de mi vida, y de a poco el muro se desvanece con aquellos fantasmas melancólicos.
Tal vez eso quiso decirnos J. K. Rowling al proponer en sus libros estos espectros encargados de absorber la alegría de nuestras vidas hasta succionar el alma… tal vez al momento de ver un dementor estamos frente a nuestra propia auto-eliminación más conocida como suicidio, ese fantasma que nace de nosotros mismos y nos enrostra nuestros fracasos, penas, rencores, lamentos, arrepentimientos, cobardía, hipocresía y desgano.

Es tan difícil luchar contra ellos. De repente me ayudo con un líquido adormecedor o algo más, pero al momento de volver estoy igual o peor. ¿Qué será mejor entonces? Prefiero olvidarme un rato, aunque tenga que enfrentar las consecuencias de eso tarde o temprano. Pero un minuto de euforia puede salvarme de un minuto de lamentos.

Una de las cosas que uno más extraña en estos momentos son los que ya no están, los que se dejaron llevar por los fantasmas o los que no creyeron y desaparecieron. Pero por qué extrañarlos, si ya no están, o por qué no están si uno los extraña tanto. Eso cuesta también, el aprender que los que están son los que quedan de verdad que tal como uno pasan la vida enfrentándose a diario con los dementores de ésta. Aunque los que se hayan ido hayan valido tanto como los de ahora, no hay forma de hacerlos retornar, y mejor dejarlos tranquilos en su nueva dimensión. Pero a veces siento ganas de saber al menos cómo están. Mis viejos queridos.
Como dice David Bowie, siempre hay un hombre en las estrellas esperando por nosotros, ojalá no sea sólo uno, sino que varios, especialmente los que se fueron antes de tiempo.
Es difícil esto, y hasta a veces incomprensible por los sanos. No quiero pensar que estoy fuera de mí, pero con las miradas que ponen al comentar lo que siento, como si nunca lo hubiesen sentido, hacen que mejor quiera callar los sentimientos. Y así voy, acumulando, porque aunque me den la oportunidad de hablar, no quiero, porque cuando podría hablar, escribo. Porque siento que no seré comprendida, nunca. Porque nadie ha tenido las falencias que he tenido, ni de las formas en que las he vivido; o tal vez sí, pero no los entiendo tampoco. Creo haberle comentado a un par de personas que, cuando siento que si desapareciera, causaría un poco de tristeza a mi alrededor, pero luego de un par de meses o semanas sus vidas seguirían su rumbo, sin ser directamente afectadas.

Todos tienen su mundo armado, yo armo el mío entre temblores constantes. Y creo que le haría incluso un favor a aquellos que me aman al librarlos de mis problemas. Creo que la utilidad de mi vida llegó hasta el momento en que recibí ese cartón que dice qué soy, sin llegar a decir quién soy de verdad. Fue el clímax de mi vida, el punto máximo para todos. Y desde eso, bajamos. A veces hasta pienso que soy inútil, aunque odio que me lo digan. Pero no puedo estar por mí misma. Requiero mayor atención, pero tampoco quiero demasiada preocupación como para interrumpir la vida de los demás. Ni yo misma me entiendo. ¿Será que a medida que pasan los años las palabras se me enredan más de lo necesario… o incluso los pensamientos?
Este mundo es un lugar difícil, si no eres alguien con palabras en un cartón, nadie te valora. Y aunque, repito, tengo esa fianza, aún así no me siento valorada como persona. No sólo por mi profesión, sino que también por mi condición. Porque ‘lesbiana’ es una palabra que conocí hace mucho, pero la empecé a practicar hace un par de años. Y la sociedad la conoce, pero no la acepta. Eso de fingir algo que no eres me mata de a poco. Fingir estar feliz, fingir estar conforme en el trabajo, fingir que no tienes ganas de salir – porque si no fuera por la falta de dinero sería el florerito de la mesa de algún bar – fingir que no te importa que te acaricien, fingir que no quieres que te visiten – porque prefieres estar en cama haciendo nada aunque te mueras de ganas de ver a tu familia – fingir que estás sola o con un hombre. Me cansa. ¿Entonces no encuentran justo que uno de repente sienta ganas de acabar con toda esa mierda?

Es un mundo difícil, que te mueres por conocer y experimentar en tu adolescencia, quieres hacer todo muy rápido y vivir a concho. Pero cuando ya te estableces todo cambia. Rutina. Y ya no están aquellas jóvenes ganas de recorrer la ciudad de noche sólo por sentir el viento en tu cara. Ya sientes que conociste demasiado, los callejones, las esquinas, las bancas de las plazas, los bares, restaurantes, gente. Siempre es lo mismo. Y vivir en otro lado asusta. Porque por mucho que diga que me encantaría vivir en el sur, creo que no aguantaría más de un año, con suerte.
A veces me gustaría ser un bebé de nuevo, en los brazos de mi mamá, tibia, cómoda… para volver a sentir esas ganas increíbles de vivir la vida, esas mismas ganas que uno siente cuando es una niña, jugando a la pinta, a la escondida, a la escoba, etc. Esas mismas ganas que se extinguen con el tiempo. Sentir que todo es nuevo, la primera vez en una discotheque, el primer baile con un chico, el primer beso, la primera noche fuera de casa – entre niñas celebrando un rebeld
e pijama party – la primera desilusión amorosa que es hasta casi entretenida sufrirla. ¿Por qué no podemos conservar eso hasta que crecemos y empezamos a envejecer? Es totalmente injusto.
Como dice una canción antigua que solía cantar mi Tata, ‘al pasar esa edad, en que nada es verdad, pequeñas cosas, resultan penas, los quince años no olvidaré’ y después lo resalta en el coro con la frase ‘de los quince a los ve-e-e-einte’. Injusticia. ¿Entonces qué cosas uno puede rescatar de los veinte a los veinticinco, o más allá aún, de los treinta a los cuarenta? ¿Ser madre? ¡Con qué condiciones, por favor! Porque tampoco soy como la mayoría de los mortales que tienen hijos porque así los siente su corazón y luego lloran sobre la leche derramada cuando no hay dinero suficiente para mantenerlos. Mi hijo o hija, si es que llega a nacer algún día, debe tener todco lo que yo tuve y más, sino no veo el motivo por el cual deba traerla a este mundo de mierda lleno de penas e injusticias. Por eso mejor no te traigo, amor. Serás un angelito siempre, o al menos por ahora.

La vida me cansa. Aunque a veces la sienta perfecta junto a la persona que amo. Cuando los momentos de alegría se desvanecen y aparecen nuestros dementores la siento lejos y más grande es mi propio dementor. Tengo la suerte de al menos despertar prácticamente todos los días al lado de la persona que escogí para mí, y espero que lo sea hasta el final de mis días, aunque la sociedad nos quiera devorar vivas.

O hasta al menos antes de que un dementor se lleve mi alma.